DE CARTÓN PIEDRA
Era la gloria vestida de tul
con la mirada lejana y azul
que sonreía en un escaparate
con la boquita menuda y granate
y unos zapatos de falso charol
que chispeaban al roce del sol.
Limpia y bonita. Siempre iba a la moda.
Arregladita como para ir de boda.
Y yo, a todas horas la iba a ver
porque yo amaba a esa mujer
de cartón piedra
que de San Esteban a Navidades
entre saldos y novedades
hacía más tierna mi acera.
No era como esas muñecas de abril
que me arañaron de frente y perfil.
Que se comieron mi naranja a gajos.
Que me arrancaron la ilusión de cuajo,
y con la presteza que da el alquiler
olvida el aire que respiró ayer
y juega las cartas que le da el momento.
Mañana es sólo un adverbio de tiempo.
No. Ella esperaba en su vitrina
verme doblar aquella esquina
como una novia.
Como un pajarillo pidiéndome:
libérame, libérame…
y huyamos a escribir la historia.
De una pedrada me cargué el cristal
y corrí, corrí con ella hasta mi portal.
Todo su cuerpo me tembló en los brazos.
Nos sonreía la luna de marzo.
Bajo la lluvia bailamos un vals,
un, dos, tres, un, dos, tres… todo daba igual,
y yo le hablaba de nuestro futuro
y ella lloraba en silencio, ¡os lo juro!
Y entre cuatro paredes y un techo
se reventó contra su pecho
pena tras pena.